Echo la visual a los
cigarrales que se dilatan ondulando en torno de la Vega, y me dirijo luego al
Hospital de Afuera, que está a dos pasaos. Atravieso el pórtico de bóvedas
planas y entro en el patio dividido en dos por una hermosa galería. Sus arcos y
columnas de piedra berroqueña sostienen dos claustros; uno bajo, de orden
jónico, y otro, de orden dórico, arriba. Toco una campana y aparece una monja,
que me abre la iglesia, una iglesia de arquitectura greco-romana, de una sola
nave. Paso indiferente ante unos cuadro del Greco, de escaso mérito, a mi ver,
y me fijo en el sepulcro de mármol del cardenal Tavera, debido al cincel de
Alonso Berruguete. La estatua yacente del prelado que reemplazó a Carlos V
durante dos años en el gobierno de Castilla y de León, se me antoja magistral.
En su rostro afilado, de florentino perfil, vaga como una claridad de
crepúsculo invernizo. ¿Está dormido? ¿Está muerto? ¡Qué augusta serenidad
respira! Al través de la frente se vislumbra un espíritu noble y apacible. Las
manos cartilaginosas, de una finura monástica, parecen no haber tocado sino
misales y hostias.
Emilio Bobadilla. Viajando por España (1912)
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