Sólo estaba durmiendo

Vi la luz del sol, y agradecí que alguien hubiese abierto los postigos. Ahora Troya podía volver a vivir de nuevo; ahora la luz del sol podría inundarla. Las calles se llenarían de nuevo de gente, y la ciudad recobraría la vida. No había desaparecido, sólo estaba durmiendo. Y entonces podría despertar.

—Señora, ya es hora. —Alguien me tocaba el hombro—. Has dormido demasiado.

 

Margaret George. Helena de Troya (2011)



















 




Las vetustas casas renovaban su adorno de parásitos y la hierba donde se embutían chinarros del suelo, veraneaba más alegre, más esponjada y oronda. Una planta sin nombre pendía del muro y junto a la cabeza de la chulita mostraba la gala de sus hojas espesas y carnudas, entre las que asomaban pequeñas flores de color heliotropo (...)
Ni un soplo de aire venía de la Vega, de los trigales que empezaban ya a amarillear; de las huertas, en las que sobre el légamo resquebrajado, las verduras se marchitan; de las anchas tiras de los caminos llenos de polvo crujiente que al paso de los carros subía en nubaradas, hasta el follaje de los olmos donde chirriaban incesantes las chicharras. Entre los cantiles recalentados del Tajo pasaba sin esparcir frescura y en los árboles de los cigarrales, las hojas lucían junto al arrebol de los primeros albaricoques.

Mauricio López Roberts. Doña Martirio (1907)



Maravilloso escenario

 

El cielo es de una pureza divina. Los tejados se amontonan y extienden ante el horizonte donde se delinea la línea azul de las colinas. Destacan las flechas de las iglesias, se las reconoce y te contestan, cada una con su leyenda. Nos damos la vuelta. Y ahora es el campo, es el caprichoso río con sinuosidades verdes. La llanura habla a su vez. Allí, se podían encontrar flores en los jardines donde Galiana estaba esperando al guapo Franc que la liberaría del gigante Bradamant. Bajo esta roca negra, sin duda, Recisundo triunfó sobre la bestia salvaje que predijo las fatales indiscreciones de su descendiente Rodrigo. ¿No es cerca de este puente que Alfonso VIII y la bella judía caminaron con su pasión culpable el día que sacaron del agua una rama de olivo y la cabeza de un niño muerto? ¡Qué maravilloso escenario! Los versos de Luis de León naturalmente lo animan. Escuchamos en su memoria la famosa profecía del Tajo. Vemos el río, en su aspecto antiguo, levantando su venerable cabeza y anunciando al Rey Rodrigo los terrores que se aproximan: "Pobre España y pobre Toledo".

Ernest Martinenche. Propos d'Espagne (1905)

 

Plenitud de simplicidad


Me paseo a lo largo de esta avenida ornada de plátanos y acacias, que se extiende al este de Toledo y que tiene una deliciosa frescura.
Un arroyo limita unos campos fragantes de menta y paja requemada.
También me son gratas esta sombra, esta dulzura.
Luego es que no amo solamente la apariencia de la aspereza, sino también toda plenitud de simplicidad.
Una ciudad, y lo mismo un cuadro, un hombre, una iglesia, realizan su simplicidad, o fracasan.
Y la simplicidad es lo que busco en todo. Me devora la inquietud de la unidad. Más vivo por ello que en mí mismo.
Todas las cosas son aquí iguales. Todas las ruinas se confunden.
Un mismo y único anhelo consume a Toledo y al Greco: no ser más que llama.

René Schwob. Profundidades de España (1929)