Las vetustas casas renovaban su adorno de parásitos y la hierba donde se embutían chinarros del suelo, veraneaba más alegre, más esponjada y oronda. Una planta sin nombre pendía del muro y junto a la cabeza de la chulita mostraba la gala de sus hojas espesas y carnudas, entre las que asomaban pequeñas flores de color heliotropo (...)
Ni un soplo de aire venía de la Vega, de los trigales que empezaban ya a amarillear; de las huertas, en las que sobre el légamo resquebrajado, las verduras se marchitan; de las anchas tiras de los caminos llenos de polvo crujiente que al paso de los carros subía en nubaradas, hasta el follaje de los olmos donde chirriaban incesantes las chicharras. Entre los cantiles recalentados del Tajo pasaba sin esparcir frescura y en los árboles de los cigarrales, las hojas lucían junto al arrebol de los primeros albaricoques.

Mauricio López Roberts. Doña Martirio (1907)



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