Paredón del convento

Para mi eres, paredón del convento toledano, lo más digno de Toledo. Frente al hablar siempre de tantos por cientos a ganar, yo te admiro escueto, feo, áspero, repulsivo e ingente paredón, límites de vidas que, si no quieren juntarse, lo mejor es que no se vean. Si no eres artista de ritmos metrificables, tampoco engañas con brillos de ataugías en la espera de respuestas crematísticas. Al fin y al cabo eres el hijo digno de la roca toledana que conserva la imprimación del carácter castellano, ibero, sobrio, recto, digno y escueto, vernáculo y anterior a todas las invasiones culturales"

Guillermo Téllez. "La iglesia toledana" (1953)








Cesárea majestad

En el alcázar de Toledo, en que todo habla de la cesárea majestad de Carlos V, de la unidad política simbolizada en la regularidad arquitectónica, distinguese, como sabe el mundo, la grandiosa escalera que trazó el insigne Francisco Villalpando, con tal perfección, que no puede el arte esforzarse a fabricar cosa más perfecta. Nunca ciertamente, sobre más soberbia gradería crujió la seda ni arrastró el terciopelo.

Johannes Fastenrath. La Walhalla y las glorias de Alemania (1874)





Cómo duerme Toledo



 

¡Cómo duerme Toledo la sultana,
qué reposo en sus mudos callejones!
Poblado de fantasmas y visiones
sólo turba su sueño la campana...

Junto al muro, pegado a breve reja
queda el tierno galán enamorado;
más allá el yerto Cristo iluminado
por el tosco farol en la calleja.

Forma aquí un laberinto sin salida
la mole que se quiebra en un palacio;
sigue luego un convento con espacio
para en él a cien monjas dar cabida.

Sube y baja la calle estrecha y larga,
y otra viene después ancha y cubierta,
y a su extremo una plaza como muerta
donde suave pavor el alma embarga.

Ya las sombras se animan perezosas
al lado de las torres vigilantes;
caballeros parecen vacilantes
que se ocultan tras puertas quejumbrosas.

Acaso en la moruna celosía
el siseo se escucha de una dama;
¿una cita?... ¿o el buho es que llama
en la iglesia de rica crestería?

Ventura F. López. Homenaje a Toledo. (1900)





Piezas de trabajo exquisito




Caminando por el laberinto de callejuelas, tan estrechas que podemos tocar ambos lados a la vez, pasamos por muchas calles, algunas con las puertas exteriores todavía repletas de enormes clavos y aldabas, tal como habían quedado siglos atrás. Las casas están casi todas construidas en el mismo plano, con pasajes cuidadosamente ordenados que conducen de la calle a un patio interior o patio central, con una galería que lo rodea y sobre la que se abren todas las habitaciones superiores.
Las galerías son de madera, con celosías talladas, en un satisfactorio estado de conservación, y los muros no suelen tener rastro de decoración morisca. Algunos de estos edificios se usan como almacenes y tiendas de carpintería, algunos están completamente desiertos y todavía se pueden encontrar piezas de trabajo exquisito entre los montones de desechos que abundan.

A veces se encuentran restos de pozos, que en tiempos ocuparon el centro de los patios. Uno que vimos, en buen estado de conservación, había sido bellamente tallado y el mármol que rodeaba la parte superior estaba pulido y desgastado en surcos profundos por la acción de la cuerda. 



Henry Blackburn. Travelling in Spain (1866)




Sólo estaba durmiendo

Vi la luz del sol, y agradecí que alguien hubiese abierto los postigos. Ahora Troya podía volver a vivir de nuevo; ahora la luz del sol podría inundarla. Las calles se llenarían de nuevo de gente, y la ciudad recobraría la vida. No había desaparecido, sólo estaba durmiendo. Y entonces podría despertar.

—Señora, ya es hora. —Alguien me tocaba el hombro—. Has dormido demasiado.

 

Margaret George. Helena de Troya (2011)



















 




Las vetustas casas renovaban su adorno de parásitos y la hierba donde se embutían chinarros del suelo, veraneaba más alegre, más esponjada y oronda. Una planta sin nombre pendía del muro y junto a la cabeza de la chulita mostraba la gala de sus hojas espesas y carnudas, entre las que asomaban pequeñas flores de color heliotropo (...)
Ni un soplo de aire venía de la Vega, de los trigales que empezaban ya a amarillear; de las huertas, en las que sobre el légamo resquebrajado, las verduras se marchitan; de las anchas tiras de los caminos llenos de polvo crujiente que al paso de los carros subía en nubaradas, hasta el follaje de los olmos donde chirriaban incesantes las chicharras. Entre los cantiles recalentados del Tajo pasaba sin esparcir frescura y en los árboles de los cigarrales, las hojas lucían junto al arrebol de los primeros albaricoques.

Mauricio López Roberts. Doña Martirio (1907)



Maravilloso escenario

 

El cielo es de una pureza divina. Los tejados se amontonan y extienden ante el horizonte donde se delinea la línea azul de las colinas. Destacan las flechas de las iglesias, se las reconoce y te contestan, cada una con su leyenda. Nos damos la vuelta. Y ahora es el campo, es el caprichoso río con sinuosidades verdes. La llanura habla a su vez. Allí, se podían encontrar flores en los jardines donde Galiana estaba esperando al guapo Franc que la liberaría del gigante Bradamant. Bajo esta roca negra, sin duda, Recisundo triunfó sobre la bestia salvaje que predijo las fatales indiscreciones de su descendiente Rodrigo. ¿No es cerca de este puente que Alfonso VIII y la bella judía caminaron con su pasión culpable el día que sacaron del agua una rama de olivo y la cabeza de un niño muerto? ¡Qué maravilloso escenario! Los versos de Luis de León naturalmente lo animan. Escuchamos en su memoria la famosa profecía del Tajo. Vemos el río, en su aspecto antiguo, levantando su venerable cabeza y anunciando al Rey Rodrigo los terrores que se aproximan: "Pobre España y pobre Toledo".

Ernest Martinenche. Propos d'Espagne (1905)

 

Plenitud de simplicidad


Me paseo a lo largo de esta avenida ornada de plátanos y acacias, que se extiende al este de Toledo y que tiene una deliciosa frescura.
Un arroyo limita unos campos fragantes de menta y paja requemada.
También me son gratas esta sombra, esta dulzura.
Luego es que no amo solamente la apariencia de la aspereza, sino también toda plenitud de simplicidad.
Una ciudad, y lo mismo un cuadro, un hombre, una iglesia, realizan su simplicidad, o fracasan.
Y la simplicidad es lo que busco en todo. Me devora la inquietud de la unidad. Más vivo por ello que en mí mismo.
Todas las cosas son aquí iguales. Todas las ruinas se confunden.
Un mismo y único anhelo consume a Toledo y al Greco: no ser más que llama.

René Schwob. Profundidades de España (1929)