En este Zocodover se pregonaban por la voz de cualquier Pero García, y ante escribano público, los autos y ordenanzas por que se regían los honrados vecinos de la ciudad. Tal sitio era el "finibusterre de la picaresca", el cónclave de los cicateruelos y tratantes, de los mercaderes y chalanes; bajo sus pórticos han circulado generaciones bravas, dignas de sucesores más viriles.
Hoy, aquellos sitios han perdido su carácter; en ellos, se codean gentes de paz que desconocen los cánones del hampa y otras que los practican a mansalva; mozas de garbo y señoritas alfeñicadas, elegantes o cursis; bizarros cadetes y bien tratados reverendos que padecen, bajo las naves de la Iglesia Mayor, los rigores que el cielo despiadado envía sobre los mortales.
Y para que nada quede del viejo tiempo, la luz eléctrica con sus rayos blanquecinos y melancólicos, ha venido a romper el encanto que ofrecía la rallada efigie de Cristo, que colocada en la capilla abierta sobre la clave del Arco de la Sangre, convidaba al recogimiento y a la piedad, cuando al anochecer se iluminaba con los dorados resplandores de los farolillos puestos por la cofradía de la Sangre para alivio de la almas que albergaran en sus cuerpos los infelices ahorcados por mandato de la ley.

José Ibáñez Martín. Recuerdos de Toledo (1893) 



Piedra y agua


La calidad de la tierra donde la ciudad de Toledo es asentada, es la más próspera que hay en el mundo, porque suelo y cielo no le alcanza mejor alguna región, el suelo enjuto, sano, duro de un peñasco y roca guarnecido, dificilísimo en ser minado, tanto que se hallen en él muy pocas fuentes, y esas son profundas y salobres, cual son los tres pozos amargos, San Salvador y Barrio Nuevo. Pero hay por artificio humano, muchas cisternas de agua de las lluvias, que por ser también tejadas las casas y los patios ladrillados es limpísima, y no hay casa de patio sin un pozo y cisterna que recoja la dicha agua, y hay muy pocas casas sin algibes muy capaces, que en tiempos saludables son henchidos del agua del Tajo, los cuales en verano, por ser profundos sobre piedra, son frigidísimos.

Luis Hurtado de Toledo. Memorial de algunas cosas notables que tiene la Imperial Ciudad de Toledo (1576)


La calle más humana




En uno de los más sucios y escondidos entresijos de la entraña netamente toledana existe una callecita de fama deshonesta y sinuosa andadura, horra de aseos pecaminosos y vanidades urbanas. Ella lo sabe, y esconde a la voracidad de los turistas su estrecha boca, que asoma al callejón del Avemaría, buscando la liturgia de los rezos conventuales, en tanto sus ojos miran a Pozo Amargo y sus lindos pies, descalzos, se acercan al Tajo, quizá con el oculto anhelo de purificarse en él...
En Toledo, tan pródigo en rutas extrañas, no hay calle más humana que este Plegadero, donde el espíritu y la materia se han amalgamado como el alma y el cuerpo en un ser vivo y consciente.

Félix Urabayan. Serenata lírica a la vieja ciudad (1932)

Un mundo nuevo, fantástico



Pronto llegamos a las murallas, pasamos por debajo de una puerta baja, y aquí estamos en un dédalo, en un laberinto inextricable de calles estrechas y sinuosas, que se cruzan en todos los sentidos, suben y bajan en todas las direcciones; están trazadas por casas con ventanas ojivales y ventanas enrejadas, fachadas esculpidas y blasonadas, puertas macizas, cubiertas de hierros atornillados. ¡Es Toledo! y, como en Ávila, es la Edad Media. Todo nos sorprende, nos parecen extrañas las calles, erizadas con los bordes ásperos de las piedras que recuerda al caos, dificilmente podemos avanzar con nuestro coche pues sus pendientes son tan rápidas que dudamos en aventurarnos por allí tan rápido que uno duda en arriesgarse. Las casas, de aspecto sombrío, tienen una entrada oscura y sinuosa, se asemejan a pequeñas fortalezas, sus fachadas están adornadas con pequeñas columnas, arabescos, huecos de nichos de santos, decoradas con escudos de armas, viejos blasones, con leyendas, guirnaldas de flores, imágenes piadosas, animales fantásticos, excavados, tallados en piedra; es un mundo completamente nuevo, fantástico en sí mismo, que surge y se desarrolla ante nuestros ojos. 

Eugène Guibout. Les vacances d'un médecin (1880-1892)

Ciudad del silencio y el fervor

Voy a salir en seguida de esta pequeña ciudad de murallas y losas: ciudad de vías sin ventanas, sin tiendas, sin más movimiento que el de una plaza, donde convergen todos los carruajes.
Ciudad áspera y sin ternura, donde todo se apoya en la fuerza del alma y la violencia del firmamento.
Ciudad del silencio y el fervor; incandescente y solidificada.
Más tortuosa es que Venecia, que está rodeada de escombros y en la cual ninguna virtud interior se delata y descubre.
Ciudad en consunción: desfallecido pasmo.

Rene Schwob. Profundidades de España (1929)


Torno geológico

Se cierran los horizontes. Las curvas, antes suaves, erizan sus aristas. Precipitante, la tierra se arremolina en la tormenta de rocas de este insigne torno geológico, habitado: Toledo capital. A sus puertas, el Tajo enloquece; gira en busca del sur, entre la escarpa del caserío y un nudo de rocas; se torna más profundo; torrente vivo en lucha por abrirse paso hacia las planicies, todavía lejanas, de Portugal. Hay un alrededor de olivos en la garganta, casi isla, de Toledo; verdes franjas gayan el campo rojizo áspero, cerrero; pintan en el caos la alquería y la ermita. Ceñida de ciudad, vendrán ahora los espesos ribazos de la Vega: tierra baja, de huertas y frutales.

Pedro de Lorenzo. "Borrador para una vida del Tajo" (1968)






 


Resplandor sobre una colina

Isla de belleza inmortal, sanatorio de almas laceradas por la impureza de esta edad. Toledo es una cumbre que parece una corona, es un resplandor sobre una colina. Aunque sus pulseras de granito se quiebren; aunque sus gradas de tierra vayan borrándose bajo el asalto incesante y cruel de los siglos; aunque en sus callejuelas, palacios y mezquitas su gloriosa voz se debilite en un suspiro, Toledo, la goda, la árabe, la castellana, siempre será señora.
En lo alto está como un faro que guía y como un alerta que previene. Nadie la abatirá sino la leve tenacidad del tiempo.
Y aun el tiempo, que no supo marchitar la juventud del río que la ciñe, ni del cielo que la cobija, ni del sol que la bruñe, no se atrevería a injuriarla si no se disfrazase, alguna vez, de concejal.

Emiliano Ramírez Ángel. Toledo desde los cigarrales. Revista Toledo, 1 junio 1926.





Ciudad de artistas y poetas

Toledo es la ciudad de artistas y poetas. No podemos imaginar nada más salvaje o grandioso. Cuando estás en medio del puente de Alcántara, un hermoso puente, entre paréntesis, puedes ver la ciudad en la colina. En el fondo retumba el Tajo. Quejarse es el término apropiado. Apretado entre dos montañas, corre como torrente, haciendo un gran ruido y levantando olas de espuma.
No hay que imaginar que el Tajo en Toledo es el Tajo que se canta en l'Africaine. Si pudieras ver estas formidables riberas, empinadas, salvajes, terribles, no querrías pasar gran parte de tu vida allí, y mucho menos encontrarías el tiempo para cantar un romance, incluso si fue escrito por Meyerbeer.
Un torrente nunca tiene sus aguas ni azules ni verdes; es suficiente para decirte que en Toledo el Tajo no tiene nada de romántico. Por el contrario, parece tener algo muy positivo y total. Encierra la ciudad como un cinturón, y te aseguro que este cinturón bien vale la pena.

Paul Monplaisir. Voyage en Espagne (1885)










Montaña rusa

Usted conoce lo que se llama, en la feria, la montaña rusa: bueno, las calles de Toledo son montañas rusas, con altibajos constantes, con la diferencia de que giran a la derecha y a la izquierda, en innumerables zigzags, que las partes bajas son mucho más profundas, las alturas infinitamente más montañosas, y que el viajero, en lugar de sentarse en un banco, camina penosamente sobre guijarros afilados, colocados sobre pasos angostos entre casas, unas largas, otras estrechas, antiguas, originales, curiosas de ver. Este pavimento maldito nos hizo añorar el suelo de mármol blanco de la catedral. De repente, después de haber caminado mucho, llegamos a un lugar aislado, frente a una especie de convento: estábamos en presencia de una iglesia situada justo al borde de un profundo abismo, en la cresta de inmensas rocas, decorada en el exterior por cantidad de estatuas de reyes, y en las paredes muchas cadenas suspendidas en enormes ganchos.

Arthur Bonnot. Les merveilles de l'Espagne  (1900) 













Cuando la llave vuelva


Al abuelo le echaron de España, le echaron de lo que vosotros llamáis la Imperial Toledo y se vino aquí con sus monedas y su llave. Cuando la llave vuelva a su antigua cerradura, las viejas monedas se cambiarán por moneda nueva. Padre sueña con ir a Toledo. Dicen que es una ciudad de calles muy estrechas y allí tenemos nosotros una casa construida en piedra. Porque me han contado que todas las casas que una vez fueron de los judíos, existen aún en Toledo. ¿Has visto tú Toledo?

Arturo Barea. "La forja de un rebelde" (1941)


Cuando la ciudad duerme

Hay algo patético en estas ciudades seculares, con un recuerdo en cada piedra, con una leyenda en cada ruina, que nos hablan de épocas gloriosas y nos estremecen el corazón. Para los que aman por igual la leyenda y la historia, poseen una fascinación irresistible; alma adentro se les mete su poesía íntima. Y qué sutil encanto vagar por sus calles, solo, al filo de la medianoche, cuando la ciudad duerme, y el suave resplandor de la luna pone sólo —como si la pálida luz temblase de emoción y de respeto— un claro tono en aquellos monumentos que resistiendo la pesadumbre de los siglos, nos dan la sensación de las cosas eternas y nos brindan la serena evocación de los viejos tiempos de la raza; errar por ella en el silencio, en la soledad de la noche, escuchándose sólo el rumor de una corriente o el bramar del viento en la alameda; andar con pasos tímidos, temerosos de romper su silencio, por sus calles angostas, laberínticas, que llevan nombres sonoros de grandes capitanes, de renombrados hechos de armas, de piadosos varones, de magnates y descubridores; pasar bajo sus arcos rotos, desembocar en sus plazas irregulares, en algunas de las cuales tantos toros y cañas se corrieran y tantos autos de fe se celebraran, y entre cuyos edificios desiguales, sobrepuestos en anfiteatro, se destaca algún sombrío monasterio; acercarse a deletrear tal o cual inscripción en los muros escrita siglos ha; y seguir finalmente una calleja tortuosa y empinada para salir inesperadamente a un torreón, a un trozo de muralla, que da a la vega. Si se quiere una sensación histórica irresistible, váguese por sus calles a esta hora en que la ciudad duerme. Y si conocemos su historia, sus viejas costumbres, sus tradiciones, imaginaremos vivirlos, imaginaremos que todo ello no ha muerto, que la ciudad reposa y al despertarse mañana va a mostrarnos el mismo cuadro de siglos atrás. 

M. Romera-Navarro. "El alma de Toledo" Artículo en revista "Hispania". 1 diciembre 1920 
























Personalidad sobria

Toledo es lugar del mundo donde durante más tiempo han luchado y forcejeado dos modos opuestos de ver el mundo; es el sitio más duro de la lucha de culturas en donde se ha librado ese torneo.
Necesariamente es un gran museo de arqueología, en el cual las cosas o están en su sitio originario o, por lo menos, cerca de él, y donde con bastante aceptación han proliferado lo mudéjar y lo renacentista, más que lo gótico y lo barroco.
¿Es Toledo, pues, un lugar creador? ¿Es un campo de batallas? ¿Es un museo? ¿Es un cementerio? En realidad, tiene de todo y bastante bien distribuido, pero además ofrece una personalidad sobria que siempre ha intentado manifestarse y que no siempre se aprecia.
Y si no es grandemente un hogar creador, es mucho más que un rodadero de arte o un escorial de arquitectura.

Guillermo Téllez. "La iglesia toledana" (1978)