Para el viajero, el arqueólogo y el artista, mina es Toledo inagotable de sorpresas y de encantos; y para el novelador y el poeta, fuente maravillosa, fecunda siempre, también inagotable (...)
¡Qué cosas dicen las callejas, los cobertizos, los recodos, las encrucijadas, las cuestas, las ruinas y los desmochados torreones de la sin par Toledo! ¡Qué de misterios guarda aún ocultos su viejo caserío, sus arruinados palacios, su tantas veces restaurado Alcázar, su Catedral incomparable, sus iglesias y sus conventos, donde tantas maravillas soñaron sus autores! ¡Qué de fantasías despiertan las artísticas portadas y las salientes laboreadas rejas de muchos de sus edificios particulares! ¡Qué de enseñanzas prodiga a quien acierta a ver en todo ello el proceso de las artes y de las industrias artísiticas toledanas en la era medioeval y en la del Renacimiento! ¡Cómo se agiganta, cómo sacude entonces el letargo morboso en que se supone sumida a Toledo, para proclamar, antes sus desvanecidos detractores, cuán grande fue, y cuán merecidas tiene su reputación y su fama universales, preconizadas tantas veces por españoles y por extranjeros!(...)
No
voy a descubrir Toledo, como aún lo pretenden muchos de aquende y
allende los Pirineos: está tan a la mano, es tan fácil visitarla,
recrearse con sus maravillas y prodigios, admirar sus monumentos más
salientes, que sería ridículo intentar decir algo interesante y nuevo,
después de tanto, de tanto y tan bueno como se ha escrito acerca de
ella.
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