Honda ciudad

El Toledo que desde aquí se divisa, sin ser único, ni mucho menos, pues su rostro ofrece infinitas facetas, es realmente castizo y clásico. Y se saborea cómo la ciudad, que parecía tan alta, es tan honda; honda cual una cisterna bíblica, resquebrajada a fuerza de grietas y simas. Será razonable consignar que estamos sobre la histórica Peña del Moro, pagana eminencia erguida como un índice perdido del cielo. Toledo, de chilaba y turbante blanco, duerme al otro lado del río, siempre bajo el amoriscado palio protector. Todo él es una aspiración metafísica hacia lo alto; pero ni las finas agujas afiligranadas, ni los barrios que a horcajadas unos de otros pretenden encaramarse al infinito, ni el soberbio empujón de la torre catedralicia, consiguen rebasar esta cumbre aromada de romances. Desde Santo Tomé al río, todas las torres son mudéjares y las paredes, encaladas, tienen una sucia pátina moruna. La civilización árabe fue la más alta y fecunda, con permiso de nuestros historiadores neos, y todavía el sueño mudéjar triunfa de la creyente Tolaitola.

Félix Urabayen. Quimeras nocturnas (artículo publicado en el diario El Sol) 1929






 






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