Poéticamente conmovido

Había visto suficientemente la ciudad. Al otro lado del puente de Alcántara paseo hasta los alrededores de la estación, contemplando con placer la vida animada; y sobre todo siempre noblemente española, en las tabernas y los mesones de arrieros situados a lo largo de la carretera; hombres, mujeres, niños, se entretienen de la manera más apacible a la vez que cordial; un punto de disonancia, la tosquedad que enturbia esa amable escena popular. Pronto un espectáculo de otro género absorbe mis sentidos, todos los pensamientos: la puesta de sol ilumina, como el sol de Dios sólo sabe iluminar, la antigua ciudad real, que se yergue ante nosotros, exhibiendo toda su majestad, toda la belleza de este conjunto de torres, de castillos en ruinas. Los efectos de la luz, si terribles a las horas plenas del día, han pasado; la paz y la calma reinan sobre la ciudad y el campo, sobre las montañas y en la llanura. Todos los hombres, arrieros, muleros, incluso los niños, sienten la grandeza de esta escena; más de una de estas mujeres españoles dirigiría en una callada plegaria su mirada inteligente y serena hacia el lejano occidente de donde el tinte rojizo se expande sobre un paisaje extenso y severo. Estoy poéticamente conmovido. Acabo de pasar uno de los días más interesantes de mi viaje; día de gran fatiga, es verdad, pero lleno de gozos intelectuales que reaniman mi vigor. Estoy penetrado de reconocimiento, pensativo y sin embargo dichoso, el corazón satisfecho.

Reinhold Baumstark. Una excursión a España (1872)

 







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