Después de la catedral, que no podría describir en todo un volumen,
está San Juan de los Reyes, ese jardín de piedra; está el Alcázar, montaña
ahuecada para elevar otra montaña sobre ella; están las mezquitas, las
sinagogas, los palacios, las mismas casas de la ciudad, recargadas de
preciosidades artísticas, recuerdo de tantas generaciones poderosas… Debo
concluir: debo renunciar a dar una idea de qué he sentido y pensado en Toledo:
debo aconsejar nuevamente a todo el que me lea, que vaya, que mire y comprenda
que Toledo no puede ser descrito ni contado.
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