Se necesitaría un año para estudiar
Toledo, día tras día, en este dédalo de calles sinuosas, escarpadas y
montuosas, algo semejantes a esos surcos que trazan los gusanos en la madera vieja.
Es la más extraña confusión de casas atestadas, acumuladas, agrupadas en un
pequeño espacio sobre siete colinas, como las de Roma.
En esta curiosa confusión de granito y ladrillo, por todas partes nos
encontramos con esculturas, arabescos, follaje serpenteante, animales
fantásticos. Encima de todas las puertas, escudos blasonados y divisas; en las
ventanas, en los balcones, hierro viejo atormentado y rejillas de hierro
apretadas; en todas las casas, antiguas puertas macizas, reforzadas con tiras
de metal, rematadas con aldabones historiados, guarnecidas de clavos alineados
y apretados, de cabezas redondas y cinceladas, grandes como huevos, que llaman
medias naranjas.
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