Todavía antes de retornar a Madrid, desde un altozano, echo una mirada sobre el panorama de la ciudad. Involuntariamente, suprimo las pobres esmeraldas de unos cuantos huertos y algunos olivares cuyo verdor no sabría decir si es menguado por la distancia o por el polvo secular. Veo, en cambio, cúpulas, campanarios, torres de iglesias y cruces de conventos por doquier. Creo que, en proporción, ninguna otra ciudad del mundo los contiene en tal abundancia.
Y ratifico: Toledo es el reloj de arena de España que, implacablemente, siglo tras siglo, hora tras hora, minuto tras minuto, gota tras gota, destila sus místicos óleos sobre este mundo delirante y corrompido. Es natural que acabe perforando la piedra y el más duro corazón y los transforme en vados de idéntica ternura, colmados por las dulces y todopoderosas fragancias de Dios.
Félix del Valle y Mendoza. Toledo (1943)
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