Cuando llegamos a Toledo era ya de noche; yo he estado en esta ciudad muchas veces y tengo ya tal costumbre de venir, que apenas encuentro diferencia entre esta tierra y la mía.
Mas,
para que así no sucediese en este viaje, la estación, o mejor dicho, la puerta
donde se agolpan los coches para llevar los viajeros al centro de Toledo, me
enseñó que había estado lejos de aquí, haciéndome notar la ausencia del más
afamado de los cocheros y empresarios de coches de Toledo, Güiso, que así se llamaba.
Era
Güiso lo que se dice un verdadero
tipo. No conocía otro idioma que el castellano, y sin embargo, ¡qué modo de
entender y hacerse entender a los extranjeros! Apenas llegaba uno que no le
llevara a Zococover y después a la Fábrica. Pero esta habilidad le proporcionó
pasar un mal rato con un extranjero de los que guiaba.
Iba
por la Vega baja una tarde llevando en su jardinera dos franceses, cuando la
mala suerte hizo que se encontrase con un carretero amigo: le preguntó dónde
iba, y Güiso, confiado en que los
franceses no pueden hablar y entender el español, le contestó con mucha
naturalidad: “A llevar estos alifantes
a la Fábrica”. Su desencanto fue horrible cuando sacando la cabeza uno de los
extranjeros le dijo: “Cochero, el elefante es usted”, acompañando esta frase
con una verdadera trompada.
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