El
sello que imprimieron los moros a la que fue su Toleitola, subsiste vivo y
vigoroso hasta el presente. Él se encuentra por doquier y se reproduce
incesantemente en sus angostas y retorcidas calles, en la irregularidad y
desnivel de sus plazas; en la riquísima ornamentación que derrochaban en sus
construcciones y sus monumentos; en sus rejas que evocan el alma de un pasado;
en sus espaciosos patios de piedra llenos de majestad en sus arcadas e
inundados por el sol y la vida; en sus curiosos arabescos multicolores siempre
admirados por la arquitectura de todas las edades.
La
pátina del tiempo ha dado una fisonomía y hasta una expresión a esa creación
material que invita a intensas vibraciones espirituales.
Esta
secreta emoción es la que proporciona la legendaria ciudad a través de su
dilatada y romántica existencia.
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