Toledo no ha sido levantada de una vez
por académicos interesados en satisfacer un súbito capricho real, sino que fue
construida como una roca y sobre una roca. A semejanza de Roma, se levanta
sobre siete colinas y está a unos 2.400 pies por encima del nivel del mar. El
Tajo, que parece hervir al pasar por la hendedura o Tajo de la montaña, la
rodea, ciñéndola, dejando solamente una vía de acceso por el lado de tierra,
que está defendida por torres y murallas moras. Dentro de la ciudad, las
calles, o más bien callejas, son empinadas y tortuosas, pero esto mismo las
hace fáciles de defender en caso de ataque y, al mismo piempo, frescas en
verano. Algunas, ciertamente, son tan estrechas que el sol no puede penetrar en
ellas, mientras que, mirando hacia arriba, apenas se ve otra cosa que una tira
de cielo azul (...) La aguja de callejear es aquí de difícil aprendizaje,
porque de estas serpenteantes callejas, tan irregulares y súbitas como
guerrilleros, ninguna va de manera paralela o derecha, sino, por el contrario,
dando vueltas como mejor les parece, llegando a las conclusiones más ilógicas.
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