Pero hay una Toledo, concreción de tiempo, inmóvil y seca
como una piedra, y entre cuyos muros sería insólita y fuera de lugar una
carcajada. Allí no caben, al calor que abrasa la aridez de Castilla, otros
amores que los tristes o fatalmente trágicos, y Maurice Barrès, la pasión que
hace amargamente florecer en recinto semejante, es la nefasta y ardorosamente
paladeada de un incesto. Verhaeren anota sus impresiones dolorosas, copia, al
aguafuerte, paisajes cálidos y calcinados, colecciona sus almas violentas y bárbaras
como los productos de una flora tropical, excesiva y rara.
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