Es Toledo ciudad que pierde entre la niebla y la bruma; los
días nublados no le van y pierde toda su excelsitud. Yo he visto a Toledo
enterrado bajo la nieve, y tampoco era bello; sobre la ciudad dormida los copos
de nieve eran harapos de una blanca mortaja. Todos los rostros enjutos y
ásperos de Toledo perdían animación bajo la nieve blanca, y todas la figuras de
sus hidalgos parecían salidas del Entierro del conde de Orgaz por lo tristes y
por lo amarillas, de oro viejo…
Cuando Toledo adquiere toda su sustantiva belleza y aparece
en todo su inmaculado vigor, que los siglos no le han resquebrajado aún, es en
los días de sol espléndido, de cielo conmovedoramente azul, en esas mañanas
invernales en que toda la gloria de la vieja Castilla parece haberse posado en
las piedras arcaicas e irradiar desde las murallas, desde los torreones, desde
los campanarios de las iglesias innúmeras…
No hay comentarios:
Publicar un comentario