Difícil es encontrar ciudad más
pintoresca que Toledo, donde a una excepcional situación topográfica —áspera y
elevada roca de granito, apretadamente ceñida por el profundo cauce del Tajo—
se junta el espectáculo de cien civilizaciones apiñadas, cuyos restos conviven,
formando innumerables iglesias y conventos, viviendas góticas, mudéjares y
platerescas, empinados y estrechos callejones moriscos, cuadro real, casi vivo
y casi intacto, en suma, de un pueblo donde cada piedra es una voz que habla al
espíritu.
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