Llevo en Toledo tres
semanas y no experimento cansancio, ni siento la sed de paisajes nuevos. Este
pueblo me atrae, a pesar de su cara de quintañona vieja y agria. Los turistas
pasan por su piel de piedra sin conocerla. Ven parte del manto; pero no viven
la vida de la ciudad. No oyen su respiración. No sienten el íntimo misterio de
su carne desgarrada. No llegan al altar de sus entrañas para sorprender su
concepción, estéril hoy, mañana acaso fecunda.
Esta urna de variadas
razas, sólo puede conocerse paseando constantemente por su corteza. Hay que
saborear despacio, penetrando diariamente en sus más ocultos rincones. Hay que
recorrer sus calles silenciosas, descifrar el enigma de sus ruinas, romper con
los ojos la escondida virginidad de sus olvidadas galas, penetrar en estas
casitas silenciosas, que al recibir el beso de la lluvia semejan llorar con
empolvadas lágrimas, su eterno abandono.
¿Pero qué hacen esas rejas de Julio Pascual tiradas contra la pared? ¿La foto es de hace poco? ¿Dónde es? Mantenme informado, porfa. ¡Un abrazo Miguel!
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