Volverse de aire
...solo, perdido en aquella asustante devanadera de Toledo, sin saber dónde estaba y sin la posibilidad consoladora de que alguien me indicase el camino de la posada, pues además de no encontrar a esas alturas de la noche un solo transeúnte, en
Toledo, si no le informan a uno a cada treinta metros, puede
considerarse, y aun durante el día, extraviado definitivamente. Así
que me eché a caminar por la primera callejuela —muy contento, por
otra parte, de mi falta de brújula—, decidido a dejarme perder
hasta el alba. Andar por Toledo, y en la oscuridad de una noche sin
luna como aquélla, es adelgazarse, afinarse hasta quedar convertido
en un perfil, una lámina humana, dispuesta a herirse todavía, a
cortarse contra los quicios de tan extraña resquebrajadura; es
volverse de aire, silbo de agua para aquellos enjutos pasillos,
engañosas cañerías, de súbito chapadas, sin salida posible; es
siempre andar sobre lo andado, irse volviendo pasos sin sentido,
resonancia, eco final de una perdida sombra.
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