Santo Domingo el Real

Y sólo en las altas horas de la noche, cuando todo es solemnidad, devoción y calma, algún espíritu soñador, desarraigado de su siglo, se asentará bajo el divino porche de Santo Domingo el Real, a sentir las palpitaciones gloriosas de las piedras estáticas y a escuchar de cerca el lejano rumor de la maitinada monjil que anuncia el alba y que llega hasta nosotros envuelta en un perfume cristalino y humilde, en unas tocas blancas y originales que saben sonreir al que, como ellas, sabe renunciar y aislarse.

Marciano Zurita. Guía de Toledo (1926)







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