Recóndito sortilegio

Más real que el Toledo real que tenía por fin ante mí me pareció el que había inventado durante el viaje. Pero no; no era yo quien se había equivocado de rumbo, sino ella: la población que, entregándose repentinamente a mi fiebre de cazador, perdía de un solo golpe su encanto fugaz de presa. Por eso no tenía ya que apuntar el ojo para dar en el blanco a cada momento, pues aquella página silenciosa -que los puentes distribuían en compactos párrafos interiores- era ya la crónica de Toledo, era ya Toledo.
Como Brujas, como Venecia, Toledo es una ciudad y es, igualmente, una "estación de sicoterapia". Su más recóndito sortilegio implica una gran lección. ¡Tantos siglos y tantos credos se han sucedido y entreverado sobre las rocas que la sostienen! Sinagogas y templos góticos, vías morunas y callejuelas. Los escudos de algunas familias de hidalgos devotos y belicosos pactan, sin saberlo, en el viejo muro, con los arabescos y las espiras de los artífices orientales.

Jaime Torres Bodet. Pausa en Toledo (1955)






 



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