El 1 de mayo estuvimos en las montañas para ver la procesión y la fiesta. La parte religiosa no tenía nada especial- una una imagen de María que era llevada por todas partes-, pero la vista de todo el conjunto fue sumamente singular. Imagínese, madre, dos altas montañas y entre ellas, encajonado, como si hubiese reventado entre las montañas, corre en el fondo un río. Enfrente, contra el cielo de la tarde, se perfila Toledo, extraordinariamente decorativa, sombría, con altas murallas y torres; y hasta donde alcanza la vista ni un árbol, apenas un arbusto, porque las pequeñas zonas de cultivo de Toledo, cerca de la fábrica de armamento, están ocultas tras las casas.
La gente, que atestaba el barranco, parecía divertirse, aunque no hemos entendido el porqué. Su proverbial sobriedad se manifestó también aquí. Aunque se vendía vino en los puestos, la mayor parte bebía solamente agua, pero esta también en abundancia. Es asombroso cómo los españoles pueden tragar grandes cantidades de agua sin sentirse mal.
Albert Edelfelt Cartas del viaje por España (1881)