Me bajé en una fonda, dejé en una habitación mi maleta y bajé las escaleras a velocidad de vértigo para ir a ver esta extrañísima ciudad. En la puerta, un mozo de la fonda me detuvo y me preguntó sonriendo: ¿Dónde va, caballero?"
"A ver Toledo", respondí.
"¿Solo?"
"Solo. ¿Por qué no?"
"Pero ¿ya ha estado aquí otras veces?"
"Nunca"
"Entonces no puede ir solo"
"Y por qué?"
"Porque se perderá"
"¿Dónde?"
"En cuanto salga"
"¿Y la razón?"
"La razón es esta", respondió mostrándome una pared en la cual colgaba un mapa de Toledo. Me acerqué y vi un barullo de líneas blancas sobre fondo negro que parecía uno de esos arabescos que hacen los chicos en la pizarra para gastar la tiza, por vengarse del maestro.
"No me importa", dije, "quiero ir solo; si me pierdo, ya me encontrarán".
"No dará cien pasos", observó el mozo.
Edmundo de Amicis. España. Diario de viaje de un turista escritor. (1873)
"A ver Toledo", respondí.
"¿Solo?"
"Solo. ¿Por qué no?"
"Pero ¿ya ha estado aquí otras veces?"
"Nunca"
"Entonces no puede ir solo"
"Y por qué?"
"Porque se perderá"
"¿Dónde?"
"En cuanto salga"
"¿Y la razón?"
"La razón es esta", respondió mostrándome una pared en la cual colgaba un mapa de Toledo. Me acerqué y vi un barullo de líneas blancas sobre fondo negro que parecía uno de esos arabescos que hacen los chicos en la pizarra para gastar la tiza, por vengarse del maestro.
"No me importa", dije, "quiero ir solo; si me pierdo, ya me encontrarán".
"No dará cien pasos", observó el mozo.
Edmundo de Amicis. España. Diario de viaje de un turista escritor. (1873)
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