Piedra y agua


La calidad de la tierra donde la ciudad de Toledo es asentada, es la más próspera que hay en el mundo, porque suelo y cielo no le alcanza mejor alguna región, el suelo enjuto, sano, duro de un peñasco y roca guarnecido, dificilísimo en ser minado, tanto que se hallen en él muy pocas fuentes, y esas son profundas y salobres, cual son los tres pozos amargos, San Salvador y Barrio Nuevo. Pero hay por artificio humano, muchas cisternas de agua de las lluvias, que por ser también tejadas las casas y los patios ladrillados es limpísima, y no hay casa de patio sin un pozo y cisterna que recoja la dicha agua, y hay muy pocas casas sin algibes muy capaces, que en tiempos saludables son henchidos del agua del Tajo, los cuales en verano, por ser profundos sobre piedra, son frigidísimos.

Luis Hurtado de Toledo. Memorial de algunas cosas notables que tiene la Imperial Ciudad de Toledo (1576)


La calle más humana




En uno de los más sucios y escondidos entresijos de la entraña netamente toledana existe una callecita de fama deshonesta y sinuosa andadura, horra de aseos pecaminosos y vanidades urbanas. Ella lo sabe, y esconde a la voracidad de los turistas su estrecha boca, que asoma al callejón del Avemaría, buscando la liturgia de los rezos conventuales, en tanto sus ojos miran a Pozo Amargo y sus lindos pies, descalzos, se acercan al Tajo, quizá con el oculto anhelo de purificarse en él...
En Toledo, tan pródigo en rutas extrañas, no hay calle más humana que este Plegadero, donde el espíritu y la materia se han amalgamado como el alma y el cuerpo en un ser vivo y consciente.

Félix Urabayan. Serenata lírica a la vieja ciudad (1932)

Un mundo nuevo, fantástico



Pronto llegamos a las murallas, pasamos por debajo de una puerta baja, y aquí estamos en un dédalo, en un laberinto inextricable de calles estrechas y sinuosas, que se cruzan en todos los sentidos, suben y bajan en todas las direcciones; están trazadas por casas con ventanas ojivales y ventanas enrejadas, fachadas esculpidas y blasonadas, puertas macizas, cubiertas de hierros atornillados. ¡Es Toledo! y, como en Ávila, es la Edad Media. Todo nos sorprende, nos parecen extrañas las calles, erizadas con los bordes ásperos de las piedras que recuerda al caos, dificilmente podemos avanzar con nuestro coche pues sus pendientes son tan rápidas que dudamos en aventurarnos por allí tan rápido que uno duda en arriesgarse. Las casas, de aspecto sombrío, tienen una entrada oscura y sinuosa, se asemejan a pequeñas fortalezas, sus fachadas están adornadas con pequeñas columnas, arabescos, huecos de nichos de santos, decoradas con escudos de armas, viejos blasones, con leyendas, guirnaldas de flores, imágenes piadosas, animales fantásticos, excavados, tallados en piedra; es un mundo completamente nuevo, fantástico en sí mismo, que surge y se desarrolla ante nuestros ojos. 

Eugène Guibout. Les vacances d'un médecin (1880-1892)

Ciudad del silencio y el fervor

Voy a salir en seguida de esta pequeña ciudad de murallas y losas: ciudad de vías sin ventanas, sin tiendas, sin más movimiento que el de una plaza, donde convergen todos los carruajes.
Ciudad áspera y sin ternura, donde todo se apoya en la fuerza del alma y la violencia del firmamento.
Ciudad del silencio y el fervor; incandescente y solidificada.
Más tortuosa es que Venecia, que está rodeada de escombros y en la cual ninguna virtud interior se delata y descubre.
Ciudad en consunción: desfallecido pasmo.

Rene Schwob. Profundidades de España (1929)


Torno geológico

Se cierran los horizontes. Las curvas, antes suaves, erizan sus aristas. Precipitante, la tierra se arremolina en la tormenta de rocas de este insigne torno geológico, habitado: Toledo capital. A sus puertas, el Tajo enloquece; gira en busca del sur, entre la escarpa del caserío y un nudo de rocas; se torna más profundo; torrente vivo en lucha por abrirse paso hacia las planicies, todavía lejanas, de Portugal. Hay un alrededor de olivos en la garganta, casi isla, de Toledo; verdes franjas gayan el campo rojizo áspero, cerrero; pintan en el caos la alquería y la ermita. Ceñida de ciudad, vendrán ahora los espesos ribazos de la Vega: tierra baja, de huertas y frutales.

Pedro de Lorenzo. "Borrador para una vida del Tajo" (1968)






 


Resplandor sobre una colina

Isla de belleza inmortal, sanatorio de almas laceradas por la impureza de esta edad. Toledo es una cumbre que parece una corona, es un resplandor sobre una colina. Aunque sus pulseras de granito se quiebren; aunque sus gradas de tierra vayan borrándose bajo el asalto incesante y cruel de los siglos; aunque en sus callejuelas, palacios y mezquitas su gloriosa voz se debilite en un suspiro, Toledo, la goda, la árabe, la castellana, siempre será señora.
En lo alto está como un faro que guía y como un alerta que previene. Nadie la abatirá sino la leve tenacidad del tiempo.
Y aun el tiempo, que no supo marchitar la juventud del río que la ciñe, ni del cielo que la cobija, ni del sol que la bruñe, no se atrevería a injuriarla si no se disfrazase, alguna vez, de concejal.

Emiliano Ramírez Ángel. Toledo desde los cigarrales. Revista Toledo, 1 junio 1926.





Ciudad de artistas y poetas

Toledo es la ciudad de artistas y poetas. No podemos imaginar nada más salvaje o grandioso. Cuando estás en medio del puente de Alcántara, un hermoso puente, entre paréntesis, puedes ver la ciudad en la colina. En el fondo retumba el Tajo. Quejarse es el término apropiado. Apretado entre dos montañas, corre como torrente, haciendo un gran ruido y levantando olas de espuma.
No hay que imaginar que el Tajo en Toledo es el Tajo que se canta en l'Africaine. Si pudieras ver estas formidables riberas, empinadas, salvajes, terribles, no querrías pasar gran parte de tu vida allí, y mucho menos encontrarías el tiempo para cantar un romance, incluso si fue escrito por Meyerbeer.
Un torrente nunca tiene sus aguas ni azules ni verdes; es suficiente para decirte que en Toledo el Tajo no tiene nada de romántico. Por el contrario, parece tener algo muy positivo y total. Encierra la ciudad como un cinturón, y te aseguro que este cinturón bien vale la pena.

Paul Monplaisir. Voyage en Espagne (1885)