Hay turistas para quienes la obra del Greco, los mantos verdes y amarillos de sus apóstoles, su casa, su cocina, su vajilla, su jardín, no les interesa mayormente. ¿Qué les importa la catedral primada de Toledo con sus cinco puertas, su siete siglos, sus frescos claustrales, su coro de plata y su encantada capilla mozárabe?... ¿Qué les interesa el Alcázar de Carlos V, todo de piedra y su egregio artesonado?... Ya puede desaparecer en el día para ellos, el célebre castillo de San Servando, al otro lado del Tajo. Ya pueden desaparecer también los sepulcros de héroes y cardenales, la Fábrica de Armas de Toledo, ¿qué les importa a esos turistas? (...)
Pues bien, esto es lo que interesa a ciertos turistas: la actualidad de Toledo y no su historia. La historia de Toledo carece para ellos de importancia. Quieren, más bien, sumergirse en el otro aspecto de Toledo, en su vida del instante, en su actualidad viajera que, a la postre, es la refundición y cristalización esencial de aquella historia. La historia, que es tren parado en una estación y boleto de arribo de ese tren, no viene bien a ciertas gentes. Quieren el tren que pasa y no el que llega.
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