Toledo es la
única corte de la Castilla vieja y venerable; la corte de
las ricas hembras, de los silenciosos caballeros, de las secretas
aventuras amorosas, de las matanzas de judíos, de los moros
sabios que curan y envenenan, de los alarifes que crean mundos
nuevos e ignoradas especies vegetales en columnas, frisos y
alharacas, almocárabes y atauriques, de los carpinteros que
ensamblan los dorados alfarjes, de los orfebres que trabajan el oro
como si fuese pasta, de los escultores-arquitectos que labran la
piedra como si fuese oro, de los imagineros que estofan y esculpen
historias interminables y meten fantásticos reinos entre una
ménsula y un doselete, de los espaderos que hacen del hierro
acero y del acero cinta que se dobla y no se rompe, de los
escritores que refinan y sutilizan el lenguaje, de los confesores
que depuran y lubrifican los más obscuros rincones de las
conciencias, dejándolas como relucientes joyas, de las damas
filósofas y senequistas, como las dos hermanas Sigeas, en
cuyos corazones revivió la llama del maestro
cordobés, de las Celestinas magras que con sus hechizos
apañan las voluntades para el amor dulce, de los magistrados
graves, como los Covarrubias en quienes parece resumirse la
España doctoral y omnisciente bajo las togas oculta, de los
pintores teólogos, humanos, locos y cuerdos, sublimes y
visibles, como el solo, como el sabio griego Theotocópulos,
en quien la luz, el color y la vida de Toledo se resumen como en su
más acabada fórmula artística.
Francisco Navarro Ledesma. El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra (1905)
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