Las calles, desiertas, estrechas y tortuosas, la ausencia casi absoluta de industria y de
bienestar, responden mal a la idea que se forma uno de esa ciudad, que lleva el pomposo título de «Imperial»
desde que Alfonso VI la arrebató a los moros; ciudad que disputa a Burgos la preeminencia en las Cortes del
reino de Castilla, que ha sido considerada durante mucho tiempo como su capital y cuyos monumentos atestiguan
su antiguo esplendor. Los vecinos de Toledo no reparan en gastos con tal de
impedir la entrada de los
rayos del sol en sus habitaciones y procurarse frescor hasta en lo más riguroso del verano. Si se les visita en la estación estival, se cree
uno transportado al palacio del sueño. A las tres de la tarde para ellos es como si se hubiera puesto el sol:
ventanas y celosías herméticamente cerradas, suelos humedecidos por frecuentes riegos, grandes lonas
cubriendo los patios, todo contribuye a contrarrestar el ardor del clima y la hora del día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario