Hace tres años, sin omitir dispendios de ninguna clase,
comenzó el párroco de San Justo, D. Clemente Ballesteros y Bermejo, a separar
el yeso que cubría las paredes de la sacristía, creyendo fundadamente que bajo
aquella capa existiría algún recuerdo de la época en que se erigió la iglesia,
y que corresponde al siglo XIV: en efecto, la forma de las ventanas que dan luz
a la sacristía; el pintorrojeado fondo de dos alacenas en que se guardaban los
objetos para el servicio del culto, los festones de los arcos, el magnífico
artesonado del peraltado techo, todo inducía a pensar que en aquel recinto
debía haber trabajos de aquellos alarifes que tantas y tantas joyas artísticas
nos legaron.
Bien pronto se vio que las presunciones se realizaban; pero
lo cierto es que jamás se supo que apareciera tan bellísima obra como son las
filigranadas paredes de aquella sacristía.
Al contemplar desde la puerta la hermosa labor, queda el
alma arrobada y atónita, considerando los primores de ornamentación de los
muros y no comprendiendo cómo un mal entendido odio de raza pudo llevar su
encono a cubrir groseramente las ricas paredes en que verdaderos artistas
dejaron muestra perenne de su singular habilidad y talento. (…) Las personas amantes de las artes que a Toledo visiten, no
deben dejar la ciudad sin haber visto la sacristía de San Justo.
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