Toledo vivía en mi imaginación tal como el Greco la había pintado bajo la tormenta: encumbrada, ascética, azotada por repentinos destellos de luz, con la flecha de su maravillosa catedral gótica semejante a la flecha del alma humana horadando las nubes cargadas de truenos de Dios. La mitad de sus torres, la mitad de sus murallas, la mitad de sus casas se iluminan con un azulado centelleo luminoso; el resto se hunde en el abismo de las más negras tinieblas. Toledo se alzaba en mi mente identificada con el espíritu del Greco: penetrada por la luz de un lado, sumida en la oscuridad en el otro; inasequible, ubicada en las alturas de aquellas empresas en las que, como dijo el místico bizantino, se encuentra el camino que va, no a la indiferencia, sino a la locura divina.
NIKOS KAZANTZAKIS España (1932)
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