Veíase la ciudad destacarse lentamente sobre la colina en el azul puro del cielo, con sus torres, sus campanarios, sus cúpulas, sus largos y blancos lienzos de pared de los conventos llenos de celosías, sus tejados rojizos, todo calcinado, dorado por el sol de los siglos y de los silos, parecía una ciudad de cristal en aquella atmósfera tan limpia y pura (...)
El sol ascendía en el cielo; las ventanas de las casas parecían llenarse de llamas. Toledo se destacó en el cielo lleno de nubes incendiadas... las colinas amarillearon y se doraron, las lápidas del antiguo camposanto lanzaron destellos al sol.
Pío Baroja. Camino de perfección. 1902
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