Respirar grandeza

La plazuela del Ayuntamiento era el único desgarrón que permitía al cristiano monumento respirar su grandeza. En este pequeño espacio de cielo libre mostraba a la luz del alma los tres arcos ojivales de su fachada principal y la torre de las campanas, de enorme robustez y salientes aristas, rematada por la montera del alcuzón, especie de tiara negra con tres coronas, que se perdía en el crepúsculo invernal nebuloso y plomizo.

Vicente Blasco Ibáñez. La catedral. 1907




Trágico peñasco

 
Descúbrese Toledo sobre su trágico peñasco, cuyos flancos se desploman en el agua del río. El sol los golpea con dureza, arrancando limpios destellos de acero. Toda esta masa rota, contraída, atormentada, aparece dominada por el Alcázar. Y, en el centro, la Catedral, con su peso macizo, imprime a la cima una presión de hundimiento.

 Francis Carco. Printemps d’Espagne. 1929

 


Escape hacia el firmamento

 Durante siglos debió ser la vida en Toledo una prisión que los prisioneros mismos habían de defender. La ciudad sólo tiene escape hacia el firmamento. Cenobio y cuartel, la existencia aparece en ella como un servicio militar de tierra y cielo, que endurece los pechos contra el dardo y la tentación.

José Ortega y Gasset. Teoría de Andalucía y otros ensayos (1927)












 

Toledo, Gólgota

He pasado muchas veces la Semana Santa en Toledo y en ningún sitio de la península tiene tanta severidad.

La montaña toledana es el monte Gólgota mismo y no es una procesión la que se verifica por sus senderos, sino el verdadero tránsito de Cristo con la cruz a cuestas.

Se ve a Jesús escalar el serpenteante camino, cruzar las puertas, caer en las úlceras de la piedra, llevando como cargador menesteroso el extraño y pesado mueble de los cielos, la inmensa cruz.

Ramón Gómez de la Serna. El Greco. 1933










 

Sueño inalcanzable

Toledo, desde el mirador de la Virgen del Valle, es como un sueño inalcanzable, como un espejismo en el que parece que no se puede vivir, que no se puede transitar; desde la angostura de un cobertizo, en una noche de luna, es alucinación que calla, víspera de una palabra nunca dicha; es plegaria junto al muro de un convento; discurso “fugitivo que permaneces y dura”, como del Tiber dijo Quevedo, en este Tajo que, desde San Servando a Galiana, se va deshaciendo del más amoroso de los abrazos.

 José García Nieto. 1968







 

El Tránsito, espectáculo sorprendente

 El Tránsito. Espectáculo sorprendente: rocas, piedras enormes, bloques caídos hacia el abismo donde, en el fondo, el agua gris y espumante del río se aplasta sin ecos. Parece como si en este instante el suelo acabara de abrirse a nuestros pies y, aterrados por el desgarramiento, no hubiéramos todavía tomado entera posesión de los sentidos.

 Francis Carco. Printemps d’Espagne. 1929