Cuando la ciudad duerme

Hay algo patético en estas ciudades seculares, con un recuerdo en cada piedra, con una leyenda en cada ruina, que nos hablan de épocas gloriosas y nos estremecen el corazón. Para los que aman por igual la leyenda y la historia, poseen una fascinación irresistible; alma adentro se les mete su poesía íntima. Y qué sutil encanto vagar por sus calles, solo, al filo de la medianoche, cuando la ciudad duerme, y el suave resplandor de la luna pone sólo —como si la pálida luz temblase de emoción y de respeto— un claro tono en aquellos monumentos que resistiendo la pesadumbre de los siglos, nos dan la sensación de las cosas eternas y nos brindan la serena evocación de los viejos tiempos de la raza; errar por ella en el silencio, en la soledad de la noche, escuchándose sólo el rumor de una corriente o el bramar del viento en la alameda; andar con pasos tímidos, temerosos de romper su silencio, por sus calles angostas, laberínticas, que llevan nombres sonoros de grandes capitanes, de renombrados hechos de armas, de piadosos varones, de magnates y descubridores; pasar bajo sus arcos rotos, desembocar en sus plazas irregulares, en algunas de las cuales tantos toros y cañas se corrieran y tantos autos de fe se celebraran, y entre cuyos edificios desiguales, sobrepuestos en anfiteatro, se destaca algún sombrío monasterio; acercarse a deletrear tal o cual inscripción en los muros escrita siglos ha; y seguir finalmente una calleja tortuosa y empinada para salir inesperadamente a un torreón, a un trozo de muralla, que da a la vega. Si se quiere una sensación histórica irresistible, váguese por sus calles a esta hora en que la ciudad duerme. Y si conocemos su historia, sus viejas costumbres, sus tradiciones, imaginaremos vivirlos, imaginaremos que todo ello no ha muerto, que la ciudad reposa y al despertarse mañana va a mostrarnos el mismo cuadro de siglos atrás. 

M. Romera-Navarro. "El alma de Toledo" Artículo en revista "Hispania". 1 diciembre 1920 
























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