En este Zocodover se pregonaban por la voz de cualquier Pero García, y ante escribano público, los autos y ordenanzas por que se regían los honrados vecinos de la ciudad. Tal sitio era el "finibusterre de la picaresca", el cónclave de los cicateruelos y tratantes, de los mercaderes y chalanes; bajo sus pórticos han circulado generaciones bravas, dignas de sucesores más viriles.
Hoy, aquellos sitios han perdido su carácter; en ellos, se codean gentes de paz que desconocen los cánones del hampa y otras que los practican a mansalva; mozas de garbo y señoritas alfeñicadas, elegantes o cursis; bizarros cadetes y bien tratados reverendos que padecen, bajo las naves de la Iglesia Mayor, los rigores que el cielo despiadado envía sobre los mortales.
Y para que nada quede del viejo tiempo, la luz eléctrica con sus rayos blanquecinos y melancólicos, ha venido a romper el encanto que ofrecía la rallada efigie de Cristo, que colocada en la capilla abierta sobre la clave del Arco de la Sangre, convidaba al recogimiento y a la piedad, cuando al anochecer se iluminaba con los dorados resplandores de los farolillos puestos por la cofradía de la Sangre para alivio de la almas que albergaran en sus cuerpos los infelices ahorcados por mandato de la ley.

José Ibáñez Martín. Recuerdos de Toledo (1893) 



No hay comentarios:

Publicar un comentario