Una visita al pasado

En el camino de regreso disfrutamos de una vista magnífica. Todo el cielo ante nosotros se encontraba cubierto de una masa negra de nubes tormentosas como sólo los climas tropicales suelen exhibir. El viento soplaba furiosamente hacia el valle arrastrando y agitando en el aire vastas nubes de polvo a ambos lados de la ciudad, cargada con el olor de la tierra mojada por la lluvia recién caída. Recortada contra las nubes, y debatiéndose entre la oscuridad y los rayos del sol poniente detrás nuestro, veíamos la blanca línea de la ciudad desde la Puerta de Bisagra, pasando por la Casa de Locos, hasta las ruinas que coronan las orillas del Tajo; se veían palacios sobre palacios, y destacando por encima de todo, estaba la destellante Catedral sobre la cima de la roca, con el poderoso Alcázar en el fondo. Sólo con esta vista nos hubiéramos sentido recompensados por la visita.
 (...) Fue una visita al pasado, el pasado aún vivo, perdido su vigor pero todavía existente. Toledo es afortunada entre la mayor parte de las ciudades por preservar reliquias de las varias fases de la civilizaciñón en la Península (...) Quien no ha visto Toledo, no ha visto España.

James Johnston Pettigrew. "Notes on Spain and the Spaniards, in the Summer of 1859"









Gris que conquista

Desde aquí la ciudad parece muy grande, y crees en su antigüedad, tan orgánicamente pertenece al campo. Puedes pensar que ha estado siempre ahí. A veces no ves más que su único color exterior, y de los cientos de colores sólo gris, gris blanquecino, gris negruzco, gris plateado, gris amarillento, gris rojizo. La carretera, las casas, el río, las piedras, los montes, el cielo, todos están entonados con un gris a última hora de la tarde. Pero no debes pensar en el gris vacío y mudo, eternamente el mismo, de Whisler. Todo es color bajo el sol radiante. Positivo como el rojo o el azul, su gris conquista a todos los colores, porque su riqueza ha nacido sin pompa. La discrecionalidad que ha construido la ciudad parece como la determinación de un individuo, de un distinguido burgués que conociera bien sus tierras.

Julius Meier-Graefe. The Spanish Journey. 1926 











  
 

Equilibrio inverosímil

Ciudad sin calle precisa, que parece una frágil victoria sobre la piedra y la tierra; ciudad que trepa y que se derrumba, formando revueltas siempre iguales.
Si algún secreto hay en Toledo que el Greco haya trasladado al plano de la plástica, es el de la comunión de las formas humanas y la naturaleza, secreto de una reversibilidad natural y sobrenatural.
Los mismos borriquillos que mordisquean los brotes en la roca, no se destacan de su fondo, y la ciudad sobre sus declives desmoronados, en lo alto de su árido cantil, no es más que un equilibrio inverosímil.
Todo es cielo, roca, polvo; trasunto de un África cristiana.
Todas las distancias parecen infinitas. A cada paso se abre un abismo. Lo más remoto parecer estar al alcance de la voz. 

Rene Schwob. Profundidades de España (1929)







  






Barrio de San Justo

Quien desee ver un hermoso hallazgo arquitectónico, realizado y pulimentado por el celoso cura párroco D. Clemente Ballesteros, acuda a la iglesia de San Justo y Pastor, que se encuentra casi al extremo de la calle de la Tripería. En la sacristía de esa parroquia, admíranse las bellezas de aquellos alfarges arábigos tan raros y tan delicados; las labores de su inimitable gusto.
Por toda aquella barriada, tirando hacia el río, pueden saborearse multitud de detalles preciosos, en ferretería, ornamentación y traza; pero quien guste de admirar filigranas de arquitectura, de adorno y decorado, madrugue un poco y recorra en cuanto se lo permitan, el recinto de San Juan de la Penitencia, San Lorenzo, la Concepción Benita, Casa de Munarriz, San Pablo, San Lucas... y para que nada falte, la hermosísima puerta del Colegio de Infantes, instituído por el Cardenal Silíceo.


José Ibáñez Marín. Recuerdos de Toledo (1893)