El Tajo, río de oro




Desde el siglo I a. de C. son frecuentes las alusiones al Tajo como río portador de oro, procedentes tanto de prosistas y poetas como de historiadores e incluso de geógrafos. La primera mención conocida al respecto es la que hace el poeta Cayo Valerio Catulo que alude, en uno de sus poemas, al "aurifer Tagus". Desde entonces hasta nuestros días, esas referencias se encuentran en las más variadas formas.
Por ejemplo, es curioso constatar que muchos de los viajeros que llegan a Toledo durante los siglos XVIII y XIX observan un color amarillento en las aguas del Tajo, no sabemos si como consecuencia de los reflejos de la luz del sol que nos deparan este fantástico efecto en determinados días, o contagiados por esa evocación antigua a las aguas portadoras del preciado metal.
El escritor Theophile Gautier es uno de estos viajeros que en su libro sobre el viaje por España, publicado en 1840, dice: "El Tajo, atravesado por los puentes de San Martín y de Alcántara, precipita con rapidez sus aguas amarillentas y rodea casi por completo la ciudad". Y el célebre aventurero Giacomo Casanova, que nos visitó en la segunda mitad del XVIII, afirma con todo convencimiento que el Tajo "transporta arenas auríferas".
Antonio Ponz, en su monumental obra del "Viaje de España" (1725) alude también a los muchos autores que a lo largo de la historia se han referido a las arenas de oro del Tajo "aunque apostilla yo creo que de las arenas de oro atribuidas a este río jamás se habrá podido juntar tanta proporción que bastase a comprar un par de pichones: sin embargo, algo será ello cuando todos lo dicen".
Tanto debía de ser así, cuando este mismo autor nos informa que hubo en Toledo personas a las que se conocía con el nombre de artesilleros, las cuales, después de las inundaciones del Tajo, "van a sus orillas con unas artesillas que llevan, cogen aquella arena inmediata y poniéndole agua la menean y vierten de manera que las cosas pesadas se queden, cuando las hay, en el fondo de sus artesillas y con esta maniobra suelen encontrar lo que van buscando".
Y concluye: "No sé que en todas las orillas del Tajo suceda esto, pero es constante que sucede en las del circuito de Toledo, donde por esta razón le compete muy bien a este río el nombre de aurífero, o que lleva oro, sin que por esto niegue las que los antiguos tuvieron para darle el mismo nombre por sus arenas."


Compleja y espiritual

Toledo, al comenzar el siglo XVI, es la ciudad más compleja y más espiritual de España; compleja y espiritual como una gran dama que lució y gozó en la corte sus años de juvenil hermosura codiciable y que se retira a remembrar su pasado, sola en un palacio regio, entregada a sus devociones y principalmente a la devoción de sí misma. Por las calles toledanas, retumban a todas horas, en el silencio que de eternidad parece, los pasos del amor, vestido de soldado, oculto bajo los pingos del azacán, escondido so la basquina de la moza de posada, ardiente bajo las galas del caballero, conservado entre los negros pliegues de la toga del jurisperito. Es un amor loco, desenfrenado, de raptos y de secretas locuras, como el que irradia en las pupilas de los apóstoles y guerreros que pintó Theotocópulos; es un amor sin alegría, un amor cruel, que jura ante los Cristos clavados en los paredones de las callejuelas, bajo un tejaroz ó un guardapolvo y perjura en saliendo de la misteriosa ciudad; es un amor que encierra a sus víctimas en los grandes caserones de portadas platerescas, las recluye hacia los fríos patios, las deja mustiarse, secarse, morirse en la desesperanza... 

Francisco Navarro Ledesma. El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra (1905)