Fantasmas del pasado




Un volumen no bastaría para describir esta bella ciudad. Sus murallas, sus calles, sus palacios y sus templos están de tal manera vinculados a nombres y recuerdos que al deambular por aquellos laberintos, todo se puebla de fantasmas del pasado. Las leyendas revolotean por allí como fuegos fatuos en un cementerio. Por detrás de las recortadas almenas de las torres parece que todavía nos acechan las legiones de los moros, y por encima de los viejos puentes se figura vagamente al espíritu, lleno de romances toledanos, que continúan las cabalgadas como en los buenos tiempos de Sancho y de Padilla, en los días de fiesta o de batalla.
Pero todo eso ha desaparecido. La fría realidad destruye el romanticismo. Ni en los ladrillos de los tortuosos callejones de Toledo, ni  en las piedras de sus puentes monumentales, resuena ya el tropel de caballeros, galopando, como antaño, en ágiles caballos de la famosa raza Nedji. Bajo el hermoso cielo azul, tampoco relucen las armaduras y los pulidos arneses de los guerreros.
Anselmo de Andrade. Viagem na Espanha (1923)










 

Como roca y sobre roca



Toledo no ha sido levantada de una vez por académicos interesados en satisfacer un súbito capricho real, sino que fue construida como una roca y sobre una roca. A semejanza de Roma, se levanta sobre siete colinas y está a unos 2.400 pies por encima del nivel del mar. El Tajo, que parece hervir al pasar por la hendedura o Tajo de la montaña, la rodea, ciñéndola, dejando solamente una vía de acceso por el lado de tierra, que está defendida por torres y murallas moras. Dentro de la ciudad, las calles, o más bien callejas, son empinadas y tortuosas, pero esto mismo las hace fáciles de defender en caso de ataque y, al mismo piempo, frescas en verano. Algunas, ciertamente, son tan estrechas que el sol no puede penetrar en ellas, mientras que, mirando hacia arriba, apenas se ve otra cosa que una tira de cielo azul (...) La aguja de callejear es aquí de difícil aprendizaje, porque de estas serpenteantes callejas, tan irregulares y súbitas como guerrilleros, ninguna va de manera paralela o derecha, sino, por el contrario, dando vueltas como mejor les parece, llegando a las conclusiones más ilógicas.

Richard Ford. Manual para viajeros por España y lectores en casa (1844)
















Semana Santa (2)


La Semana Santa en la catedral de Toledo, es imposible describir, como todo aquello que pertenece a las regiones del sentimiento. Y cuando después, fuera de la santa basílica, en medio del silencio más elocuente, la procesión atraviesa las calles lenta, majestuosa, conmovedora, la emoción llega a tal punto, que ahogada la voz en la garganta y, secos los ojos, reconcentrada toda la vida física, viviendo únicamente la vida del espíritu, sólo tenemos fuerzas para bendecir a la Providencia que nos ha conservado una ciudad tan llena de recuerdos cristianos, donde pueda el alma gozar las inefables delicias que la memoria de tan solemnes días despierta en nuestro espíritu.
Nosotros podemos asegurarlo por haberlo sentido. Hemos asistido en muchos pueblos de España a las sagradas ceremonias de la Semana Santa, y en ninguna parte hemos experimentado las cristianas emociones de tan solemnes días como en aquella ciudad donde la historia y el arte se adunan al sentimiento religioso para sostener con su fuerza poderosa las vacilantes creencias que parece destinado a arrancarnos el siglo en que vivimos.

J. de Dios de la Rada y Delgado. Semana Santa en Toledo. Artículo en “El Museo Universal”. 9 abril 1865





 
















Poética y monumental fisonomía

Torres almenadas y aportillados muros; cuestas que se cruzan en rápido declive; torreones incrustados en las peñas; cimientos de fábricas romanas, godas y sarracenas; airosas cúpulas y extraños campanarios sembrados por la pendiente; azoteas y miradores, y allá, en la cúspide, el Alcázar, dominándolo todo y como aplastándolo todo con su cuadrada estructura: ninguna población supera, ni tal vez iguala, a Toledo, en poética y monumental fisonomía. Es tal la riqueza y variedad de sus arquitecturas y tan poderoso el encanto con que obra en los sentidos su pintoresco conjunto, que los goces del artista apenas dejan lugar a las meditaciones del historiador ni al análisis del anticuario.

José Dalmáu Carles. España, mi patria (1928)