Catedral (II)


Me seduce sentirme sumergido bajo estas naves de altura prodigiosa. Es la poesía de las grandes profundidades. Por muchos años que viviese en la enorme iglesia no dejaría yo nunca de realizar descubrimientos. Llega un instante en que los libros preferidos pierden todo su encanto y no nos dicen nada: los hemos agotado por completo. ¿Pero quién podría agotar el vasto Purana a que puede compararse la catedral de Toledo?

Maurice Barrès. El Greco o el secreto de Toledo (1913)













Puerta del Sol

Nada en el mundo me ha impresionado tanto como esta bóveda de los moros colocada en la vanguardia de África. Este signo del islamismo se alza en la parte baja de la montaña. Paso y vuelvo a pasar por este lugar como bajo la puerta de los sueños. Bocanadas del desierto se exhalan de él; el incienso y la mirra de la Meca me hacen olvidar el olor muerto del boj de El Escorial. Todo cuando se ha oído decir del genio morisco de España se fija y se alza ante uno en el umbral del islamismo. De este lado, Cristo; del otro, Mahoma. Esta pequeña puerta rodeada de casuchas españolas, tiene la frente amenazadora de un rey moro prisionero en la batalla.

Edgar Quinet. Mis vacaciones en España. 1846








Alucinante y desmesurado

Desde todas partes y en todos sus puntos, Toledo es alucinante y desmesurado. Siempre que lanzáis la mirada os sorprende tropezar con un torreón, con la espadaña de un convento, con un muro enorme que no habíais advertido y se alza de pronto. Son aquí inevitables almas estrechas y como ojivales, de ascetas, de soldados, dominadas por unos cuantos fantasmas trascendentes, regidas por alucinaciones.


José Ortega y Gasset. Teoría de Andalucía y otros ensayos. (1927)



Sólo los poetas

Una ciudad supera siempre su entorno físico. Y si esta ciudad es Toledo, no puede configurarse si no es pensando en su historia, en su paisaje espiritual y hasta en su luz. ¿Dónde terminan las torres y comienzan las nubes? ¿Dónde terminan los cielos anubarrados del Greco y comienza el azul de ese cielo desde donde descendió la Virgen sobre San Ildefonso? Y en definitiva en una ciudad como Toledo, ¿dónde termina el tiempo de ayer y comienza el de hoy? Porque esta ciudad vive en el sortilegio de un ambiente que sólo los poetas pueden captar y describir.

José Camón Aznar. Prólogo a “La ciudad al sol”, de Emilio del Río. (1970)







Un invencible sortilegio

Ya van tres veces que me detengo a la misma hora, en medio del Puente de Alcántara, retardando voluntariamente el instante de mi entrada en la ciudad. Y vuelve a asaltarme la misma emoción, el mismo deseo de escribir a mis amigos que no se inquieten por mi ausencia, que deseo hundirme, por meses o años, en el silencio de esa ciudad que ejerce un invencible sortilegio. (…) Me basta abandonar el puente y aventurarme en la urbe para cerciorarme, una vez más, de que nada ha variado, de que los siglos podrían pasar, dejando huellas implacables sobre otras tierras, sin que Toledo abandonara su inigualable fisonomía (...) ¿Quién será capaz de creer que Toledo, como Brujas, pertenece al pasado?... Toda ciudad capaz de cargar los acumuladores de nuestra sensibilidad está situada en el momento actual. Su razón de ser es imperativa e inmediata. Las civilizaciones pasaron por Toledo dejando el potencial magnífico de sus impulsos colectivos, de sus creaciones. Todo ello se ha mezclado, se ha superpuesto, elaborando un resultado palpitante y viviente.

Alejo Carpentier. (“Imágenes de Toledo”, publicado en la revista Carteles, de Cuba, el 1 de octubre de 1934)

















Sin prisa

Los viajeros sienten algo de decepción en Toledo. La falta es de algunas descripciones líricas que leen antes de visitarlo. Nunca se debe visitar una ciudad, lo mismo que a una persona, con una idea formada. Para sentir y amar una ciudad hay que descubrirla por uno mismo. Y una cosa más: no deben tener prisa, y los viajeros suelen estar apresurados (...)
Se van seguros de que han visto Toledo y de que Toledo existe, dentro de sus murallas, como un antiguo manuscrito encuadernado delicadamente pero con las páginas borradas y rajadas.
Pero una ciudad que encierra entre sus murallas el alma de tantos siglos y que fue sucesivamente, pero siempre con la misma majestad, gótica, árabe y hebrea y cristiana, se merece algo más que una ojeada rápida. Su interés principal no está tanto en sus mismos monumentos como en la atmósfera que se desprende. Y para sentir esta atmósfera hay que quedarse, y deambular.

Kostas Uranis. España. Sol y sombra (1931)






Catedral (I)

No hay en todo el reino una catedral, de las que están completamente terminadas, que sea tan suntuosa como la de Toledo. Su longitud es de 220 pasos y su anchura de 47; tiene dos naves en cada uno de sus lados, excepto en el que corresponde al presbiterio, que tiene tres, y de éstas, la última destinada a capillas, riquísimamente decoradas, en una de las cuales están los sepulcros de varios reyes. Toda la fábrica de esta iglesia se costeó con el botín cogido a los moros cuando la ciudad fue conquistada definitivamente. La sillería del coro, con numerosos sitiales, es obra de una maestro alemán, que representó en las tallas múltiples episodios de la toma de la ciudad y fortaleza de Granada tan propiamente y tan al vivo, que al verla se cree tener ante los ojos el espectáculo de aquella guerra. La torre es elevadísima y de hermosura incomparable; desde su altura contemplamos la ciudad y vimos una campana que pesa 400 centenarios de los nuestros.

Jerónimo Münzer. Viaje por España y Portugal. (1494-1495)






Espejos

Estoy aquí en Toledo desde ayer, después de un viaje de varios días y varias noches lleno de una impaciencia indescriptible por llegar.Y tenía razón, porque verdaderamente era esto lo que me faltaba. Como todos los hechos del Antiguo Testamento estan allí para anunciar la venida de Cristo, así me parece también que todos mis viajes, a lo largo de tantos años, no fueron otra cosa que la promesa de este, y ahora comprendo el que me haya empeñado en forzar inconscientemente todas las cosas destinadas a preparar este acontecimiento inaudito y, al parecer, de avance. Avignon, Les Baux, El Cairo, el desierto mismo, todos estos lugares no fueron sino espejos de mi anhelo de ver Toledo; y helo aquí, helo aquí. Hoy no le diré nada, aunque podría ya decirlo todo, porque comprendo infinitamente. Cuando se ha visto se podría en cierto modo rebasar la vida. Si usted se imagina una cosa visible al mismo tiempo a los vivos, a los muertos y a los ángeles, es ésta. Créame.

Rainer Maria Rilke. Carta a Pia Valmarana. (Fechada el 3 de noviembre de 1912 en el Hotel de Castilla)

















Peñascosa pesadumbre

No es la fama del río Tajo tal que la cierren límites ni la ignoren las más remotas gentes del mundo; que a todos se extiende y a todos se manifiesta, y en todos hace nacer un deseo de conocerle; y, como es uso de los septentrionales ser toda la gente principal versada en la lengua latina y en los antiguos poetas, éralo asimismo Periandro, como uno de los más principales de aquella nación; y, así por esto como por haber mostrádole a la luz del mundo aquellos días las famosas obras del jamás alabado como se debe poeta Garcilaso de la Vega, y haberlas él visto, leído, mirado y admirado, así como vio al claro río, dijo:
—No diremos: Aquí dio fin a su cantar Salicio, sino: Aquí dio principio a su cantar Salicio; aquí sobrepujó en sus églogas a sí mismo; aquí resonó su zampoña, a cuyo son se detuvieron las aguas deste río, no se movieron las hojas de los árboles, y, parándose los vientos, dieron lugar a que la admiración de su canto fuese de lengua en lengua y de gente en gentes por todas las de la tierra. ¡Oh venturosas, pues, cristalinas aguas, doradas arenas! ¡Qué digo yo doradas! ¡Antes de puro oro nacidas! Recoged a este pobre peregrino, que, como desde lejos os adora, os piensa reverenciar desde cerca.
Y, poniendo la vista en la gran ciudad de Toledo, fue esto lo que dijo:
—¡Oh peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades, en cuyo seno han estado guardadas por infinitos siglos las reliquias de los valientes godos para volver a resucitar su muerta gloria y a ser claro espejo y depósito de católicas ceremonias! ¡Salve, pues, oh ciudad santa, y da lugar que en ti le tengan estos que venimos a verte!

Miguel de Cervantes. “Los trabajos de Persiles y Segismunda” (1617)